miércoles, 18 de septiembre de 2013

HISTORIA DE FANTASMAS DE HONDURAS

El fantasma de la poza

Eran los años 50. La ciudad de San Pedro Sula comenzaba a crecer. En el río de Piedras apenas había dos casas, lo demás era monte y potrero por donde hoy pasa el bulevar.
De diferentes barrios de la ciudad llegaban jóvenes y adultos a darse un chapuzón en las cristalinas aguas del río. Había también agradables sitios para los estudiantes que buscaban la sombra de los árboles para repasar sus lecciones. En esos días se estaba construyendo lo que luego sería el amplio edificio del instituto José Trinidad Reyes.
Rigoberto Mejía, de 20 años, vivía en el barrio Medina y acostumbraba visitar los fines de semana la poza en compañía de varios amigos residentes en el mismo lugar.
Por la inclinación del terreno, la mencionada poza tenía una gran profundidad y una parte seca donde se bañaban los pequeños y las mujeres. Rigo y sus amigos llegaron a las diez de la mañana. Rápidamente se pusieron sus trajes de baño y se lanzaron a las frescas aguas del río, que en aquellos años era caudaloso, lanzaron monedas y se pusieron a bucear.
A esa hora había bastante gente, unas mujeres lavando ropa y otras con sus niños en la parte seca. La mayoría veía a los muchachos bañándose en la parte honda. Así estaban las cosas. Todo era felicidad. Rigo gritó:
—Atención, van a ver el mejor clavado del mundo.
Acto seguido se lanzó desde una parte alta y cayó en las azules aguas del río. Hubo aplausos y gritos de alegría para celebrar el clavado, pero sucedió algo extraño: Rigo no volvió a salir.
Inmediatamente, varios hombres se lanzaron al agua para rescatarlo y no lo encontraron, a pesar de que la poza no era tan grande. Entonces llamaron a los bomberos y a la Cruz Roja, pero la búsqueda resultó infructuosa. ¿Cómo pudo haber desaparecido el cuerpo del joven?
Comenzaron las conjeturas:
—En esa poza debe haber una cueva. 
—Es probable que haya un remolino abajo.
—Creo que algún animal lo arrastró por una grieta.
Aunque los rescatistas estuvieron de noche en vigilia por si el cuerpo salía a flote, nunca apareció. Desde entonces, la gente dejó de ir a la famosa poza. Luego la achicaron, metieron un tractor y el cuerpo jamás apareció. Lo que allí ocurrió convirtió a ese sector del río de Piedras en una zona prohibida.
Pasó el tiempo y aquel desagradable suceso se fue olvidando poco a poco.
En el año de 1954, sobre la ciudad de San Pedro Sula se desató una tormenta sin precedentes y la famosa poza del río de Piedras desapareció por la fuerte corriente. Eso sucedió un jueves.
El sábado había una fiesta en la terraza de la Municipalidad sampedrana, adonde acudían los jóvenes de diferentes colegios.
La celebración estaba en lo mejor cuando un muchacho se quedó petrificado. Estaba sentado en una silla y saboreando un refresco cuando vio a su viejo amigo Rigoberto, que se entretenía viendo bailar a las parejas.
—No puede ser —dijo—, si Rigo está muerto.
Buscó a sus amigos para contarles de la presencia sobrenatural de su amigo, pero este había desaparecido.
Días más tarde, una muchacha llamada Doris andaba con su madre de compras en el mercado del barrio Medina. Mientras su mamá escogía unas verduras, sintió que alguien le tocaba el hombro derecho. Un joven pasó a su lado y, sin voltear a ver, siguió caminando y se detuvo en un puesto donde vendían ropa. Ella lo vio y se dio cuenta de que se trataba de Rigoberto, su excompañero de escuela. De inmediato abrazó a su mamá, señaló con el dedo índice y dijo con palabras entrecortadas: 
—Ma… má… es Rigo, ahí está…
La señora miró el sitio que señalaba su hija y no vio a nadie.
Al llegar a su casa, Doris fue presa de una fiebre espantosa y solo se le calmó hasta que rezaron junto a su cama.
Era domingo. La gente salió de la misa de la mañana después del oficio religioso. Algunas familias se entretuvieron un rato en el parque.
Dos señoras que residían en Medina se habían quedado dentro de la iglesia ayudando al aseo, arreglaron algunas velas, sacudieron cortinas y se fijaron en un joven arrodillado frente a una imagen.
—Ese muchacho me parece conocido, ¿y a usted, doña Rita?
La señora aludida respondió:
—Se parece a alguien, pero no recuerdo en este momento.
Mientras estaban ocupadas, las dos señoras no dejaron de ver al muchacho. Este se puso de pie y ellas fueron a verlo.
—Dios mío. Es el hijo de doña Mariana, el que se ahogó en el río de Piedras.
Por fortuna eran mujeres acostumbradas a ver cosas sobrenaturales. Ahí mismo vieron cómo el joven desapareció en el aire. Llamaron al sacerdote, que celebró una eucaristía en memoria del joven fallecido.
Las personas que lo habían visto le dieron gracias a Dios y aseguraron que aquella alma no estaba en paz y que no se había ido porque nadie había rezado en su memoria. Hay quienes dicen que esta historia es producto de la imaginación de algunos sampedranos, pero una gran mayoría afirma que todo fue real.
rigoberto el fantasma de la poza.

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