miércoles, 11 de septiembre de 2013

HISTORIA DE FANTASMAS DE COSTA RICA

LA VUELTA MACABRA

En el camino de una montaña majestuosa de nuestra hermosa Costa Rica, cerca de un lugar de tantos, de esos en los que el aroma rural detiene el tiempo, hay una colina El Trompo, o “la curva del trompo” por la enorme vuelta que hay que dar. Está bordeada por un enorme guindo, muy profundo, cuyas laderas suben, formando gradas, hasta un espléndido cultivo de cebollas. Mucho antes de la era de los mercurios y los farolitos de los corredores, aquel lugar quedaba completamente desierto en cuanto caía la noche. Los caminantes rezagados preferían dar un largo rodeo antes de

aventurarse a subir El Trompo, después de la puesta de sol. ¡Y eso a causa de un espanto que se paseaba! El último hombre que vio al espanto fue un viejo jornalero del caserío, que murió hace treinta años. He aquí su aventura, tal como la contó: Un día, cuando empezaba ya a oscurecer, se apresuraba a subir la curva del trompo, cuando vio una mujer agachada cerca del guindo… Estaba sola y lloraba amargamente. El jornalero temió que tuviera intención de suicidarse y se detuvo, para prestarle ayuda si era necesario. Vio que la mujercita era graciosa, menuda e iba bien vestida; su cabellera estaba peinada como era propio de una joven de buena familia. – Buenas noches niña – saludó al aproximarse-. No llore así.. Cuénteme sus penas… me sentiré feliz de poder ayudarla Hablaba sinceramente, pues era un hombre de corazón. La joven continuó llorando con la cabeza escondida entre sus amplias mangas. -¡oiga señorita!- repitió dulcemente-. Escúcheme, se lo suplico… Este no un lugar conveniente, de noche, para una persona sola. No llore más y dígame la causa de su pena ¿Puedo ayudarle en algo? La joven se levantó lentamente… Estaba vuelta de espaldas y tenía el rostro escondido… Gemía y lloraba alternativamente. El viejo jornalero puso una mano sobre su espalda y le dijo por tercera vez: -¡mire muchachita! Escúcheme un momento… La joven se volvió bruscamente. Dejó caer la manga y se acarició la cara con la mano… ¡El viejo vio que no tenía ni ojos, ni nariz, ni boca!… ¡Huyó, gritando de espanto! Corrió hasta el borde de la colina, oscura y desierta, que se extendía delante de él… Corría sin pararse y sin osar mirar hacia atrás… Por último vio, en a lo lejos, la luz de un farolillo de mano… Era una lucecilla tan pequeña que se hubiera podido confundir con una luciérnaga. Era la luz de un vendedor de queso ambulante, que había levantado su chinamito al borde del camino. Después de la experiencia que el viejo acababa de sufrir, la más humilde de las compañías le pareció deseable. Se echó a los pies del vendedor de queso, gimiendo: -¡Ah! … ¡Ah! … ¡Ah! … -Pero que susto me estas dando!!…-replicó el vendedor bruscamente-. ¿Qué le pasó? ¿Le hizo daño alguien? -¡No! … Nadie me ha hecho daño…-murmuró el otro-. Pero… ¡Ah! …¡ah! …¡ah! … -¡Por lo menos le pegaron un buen susto!-dijo el vendedor, demostrando poca simpatía-. ¿Se encontró con algún ladrón? -¡No! … Pero, cerca del guindo… había… ¡Oh!, había una mujer que… ¡Ah!, jamás podré describir cómo la he visto… -¿Qué? ¿La ha visto, tal vez, así? …-exclamó el vendedor. Se acarició la cara, que, de pronto se hizo semejante a un huevo. ¡En aquel mismo instante se apagó la luz! - 




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